martes, 30 de diciembre de 2008

¿Hasta cuándo?

La gente camina y habla
hecha trizas
trizas de gente cortada como
una tarta
acuchillada, ensartada y
deglutida.
(...)
Dios está sentado en Múnich
bebiendo cerveza verde, tenemos que dar con
Él y preguntarle
por qué.
(Charles Bukowski)
A esta hora siguen cayendo las bombas sobre la jaula de Gaza. Aquello es un zulo, un pequeño fragmento de 360 km cuadrados de tierra, unas 29 veces más pequeño que Navarra y del mismo tamaño que la isla de Tenerife. Al oeste, el mar Mediterráneo; al norte, Israel; al este, Israel, y al sur, Egipto pero con vigilancia israelí. No hay escapatoria ni salida posible de Gaza. En ese trocito minúsculo de tierra viven 1,5 millones de personas, lo que hace que en cada kilómetro cuadrado se tengan que hacinar 4.200 habitantes, frente a los 60 por kilómetro cuadrado de Navarra. La mayor parte de los palestinos viven en alguno de los ocho campos de refugiados levantados por Naciones Unidas. Cerca del 40% de sus habitantes están en paro, y casi el 80% dependen en mayor o menor medida de la ayuda humanitaria para poder subsistir. Dos de cada tres habitantes de Gaza viven por debajo del umbral de la pobreza. De los que trabajan, un 40% lo hace en Israel, y el 35% del PIB de la franja depende de los salarios que los trabajadores palestinos obtienen en Israel. Esa es la situación desesperada de 1,5 millones de personas que viven en una cárcel en la que, aunque ondea su bandera, no disponen de las libertades básicas. Ni siquiera tienen derecho a crear un Estado.
Tzipi Livni, ministra israelí de Asuntos Exteriores, se esfuerza estos días en explicar al mundo la peligrosidad de Hamas, al mismo tiempo que aprovecha para ganar votos entre los israelíes con su política de mano dura. Evidentemente no está dispuesta a que su hasta ayer tambaleante carrera política se venga abajo. Y sí, es posible que Hamas tenga gran parte de la culpa por aprovechar las ciudades de Gaza para lanzar sus cohetes sobre Israel, un país que se siente amenazado por todo su entorno. Pero la realidad es que quien ha permitido que Hamas tome las riendas del pueblo palestino han sido Israel y la indiferencia de Occidente.
Vapuleados una y otra vez en el campo de batalla y en las reuniones internacionales, los palestinos dijeron basta. Se les prometió mucho, y nada se cumplió. Apostaron en su día por la mano tendida que suponía Abbas, e Israel y Estados Unidos se encargaron de negársela. No se les ha dejado levantar las estructuras de un Estado, con sus instituciones propias y su organización del poder. Y al final, la primitiva situación de los palestinos ha hecho que, como en los pueblos tribales, haya dos facciones que controlen la situación, Al Fatah y Hamas. Ni rastro del Estado, de la policía o del ejército, porque eso sencillamente no existe. Y la culpa no es suya, es de todos. Después de años sin avanzar un sólo ápice, de que todas las condenas a Israel fuesen bloqueadas por EE UU en el consejo de seguridad de la ONU, de que el expolio que han sufrido en sus territorios no se haya restituido, de que sus condiciones de vida no hayan mejorado, de que la corrupción de la facción moderada de Al Fatah haya saqueado sus arcas, a nadie debería extrañarle que los palestinos busquen el refugio entre los fusiles de Hamas. Nada más les queda.
En Europa esperamos con los brazos cruzados a que venga Obama a solucionar las cosas. Ni lo hará él ni lo haremos nosotros. Y mientras el reloj pasa, los muertos se acercan ya a 400. Dice la embajada de Israel en España que los medios están utilizando algunas imágenes con fines propagandísticos. La verdad duele. Las víctimas inocentes son eso, inocentes. Ni daños colaterales ni historias, es gente asesinada por una democracia, que es todavía más grave. ¿Acaso no hay otra forma más selectiva de poner fin a los lanzamientos de cohetes en un territorio de apenas 350 km cuadrados? ¿Acaso alguien está aprovechando esto para ganar unas elecciones? ¿Acaso nadie va a mover un dedo para pararles los pies a los israelíes? ¿Tanto miedo dan los 5,5 millones de judíos que viven en Estados Unidos? ¿Cuánta sangre estamos dispuestos a que chorre nuestra televisión? ¿Cuánta miseria seremos capaces de tragar antes de levantar la voz para exigir a los que nos mandan, socialdemócratas de pacotilla o democratacristianos de pega, que hagan algo de una vez? ¿Hasta cuándo?

miércoles, 3 de diciembre de 2008

En vía muerta

Cuando los zapatos se llenan de sangre
uno sabe
que los zapatos están muertos
(Charles Bukowski)´
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Hoy han matado a un ciudadano de 71 años que iba a jugar su partida de cartas. Una gran hazaña que sumar al historial sanguinario de ETA en su camino de liberación de Euskal Herria. Ahora resulta que el Tren de Alta Velocidad es otro de los enemigos del pueblo vasco. Permítanme que dude de las preocupaciones ecologistas de los señores del pasamontañas. Así que sólo queda pensar que el TAV es a ETA lo que el comercio marítimo fue para aquella España que no conocía las ideas ilustradas. En aquellos buques comenzaron a entrar libros, ideas escritas al fin y al cabo, que fueron cambiando las arcaicas mentalidades de la época. Balas frente a ideas. La batalla la tienen perdida.
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Lo peor de todo es que lo saben. Son conscientes de que su demencia no conduce a nada. Podrán seguir matando a señores de 71 años, a trabajadores de peaje, a inmigrantes que duermen en sus coches. Y el final será el mismo, antes o después. Paradojas del destino, una organización que sólo sabe matar se dirige hacia su propia muerte. Lo triste que en el camino se va quedando gente, se quedan ilusiones, hermanos, hijos, padres, nietos, esperanzas.
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Hasta ahora siempre había visto a ETA como una mala herencia que me dejaban mis padres. Generalmente los terroristas eran gente mayor, muy sesgada ideológicamente y marcados por un pasado convulso y difícil. Pero uno va cumpliendo años y, aunque no son muchos, los terroristas empiezan a ser menores que quien escribe. Y entonces uno se pregunta qué clase de frustraciones pueden llevar a alguien de veintipocos años a empuñar una pistola, mirar a los ojos a un señor de 71 años, a un vecino suyo, y tomar la decisión de parar su reloj y el de sus seres queridos en un día y en una hora concretos. Pero el reloj de los demás sigue. Pueden parar un reloj, todos incluso si se empeñan, pero pretender parar el tiempo es un absurdo.
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A estas horas de la noche sólo tengo dos certezas. La primera es que hay una familia destrozada. Me resulta imposible imaginar su dolor, y sólo con la pequeña parte que soy capaz de reconstruir en mi mente ya se me hace insoportable. Y la segunda es que queda un día menos para que quienes hoy han disparado y han dado la orden acaben en la cárcel. No sé si eso es un consuelo, pero sí sé que es lo justo. Y es precisamente eso, defender lo que es justo, lo que hará que esta noche pueda dormir tranquilo. Un poco más triste de lo normal, pero tranquilo.