Hoy me he emocionado varias veces. Para los que somos de Pamplona los Sanfermines son más que una fiesta, son casi una religión que tiene sus liturgias, sus símbolos, sus oraciones. Soy pamplonés y sin embargo no puedo decir que haya corrido un encierro ni probablemente lo haré nunca. No tengo valor. Ponerme delante de un toro es algo que me merece muchísimo respeto, casi devoción. Por eso, admiro a los que corren y además lo hacen bien. Daniel era uno de ellos. Sabía lo que significaba el encierro, el riesgo que entrañaba lo que hacía y corrió siempre con el respeto que muchos le han perdido ya a nuestra fiesta. Por eso, me he emocionado cuando he sabido que había fallecido, cuando he conocido su historia, cuando he visto llorar a sus amigos en Alcalá, cuando he pensado en sus padres, y me he vuelto a emocionar por la tarde.
Poco antes de empezar la corrida se notaba en el ambiente que no era un día más. Ni bullicio en la salida de las cuadrillas, ni alboroto ni pitidos. Sólo un extraño murmullo, como de un animal herido que se duele. Y herida como estaba, Pamplona se puso en pie para rendir tributo a Daniel. De nada servirá porque sus amigos no le podrán seguir viendo en Alcalá, ni sus abuelos le recibirán en Pamplona cada 6 de julio, ni su novia volverá a estar con él. Maldita impotencia. Pero era la única forma de obtener consuelo, de que la ciudad en la que murió Daniel le despidiese llorosa como a uno de los suyos. Porque así corrió y así murió. Imposible describir la sensación de la plaza puesta en pie mientras un par de trompetas desgarraban quejosas el aire de esta ciudad, menos de fiesta que nunca. Los acordes de El Silencio de Roy Etzel sonaron, como hace 14 años con Mattew Peter Tassio, como tributo de un pueblo noble y acogedor capaz de reír y divertirse, sí, pero también de llorar y emocionarse. Fueron tres minutos tremendos que probablemente no olvidaré nunca.
No faltarán ahora los que quieran enturbiarlo todo y convertir esto en un debate entre taurinos y antitaurinos. No merece la pena ahora detenerse en eso. Los Sanfermines nacieron y seguirán vivos gracias a gente como Daniel, que respetaba y amaba esta fiesta como lo hacemos todos y cada uno de los que hemos mamado esta tierra desde la cuna. Corneados en el corazón como estamos, sólo nos queda mandar un abrazo a su familia y amigos. Junto al capote de San Fermín siempre habrá un hueco para ti, Daniel.