Hola de nuevo. Hace meses que di por muerto este blog, pero ha pasado algo que bien merece una reapertura temporal. Hace unos días tuve una jornada bastante complicada. De esos días en los que no te sale casi nada, y lo poco que te sale, te sale mal. Cosas que pasan, nada importante. Peor lo pasan los compañeros de curro, que tienen que aguantar las neuras y el mal humor de uno. Eso sí, lo que casi nunca cambia es lo de llegar tarde a casa. El caso es que aparqué el Clío tan ricamente en mi plaza de garaje y pensé en detener el ascensor en la planta baja para ver si tenía algo en buzón. Lo abrí y allí había varios folletos de un supermercado cercano con un pollo crudo a cinco columnas que le hubiese revuelto el estómago a cualquiera, un par de filetes sangrantes de lo más apetecibles y un solomillo de cerdo dispuesto a pegar un salto y salir corriendo por el rellano. ¿A quién se le ocurrirán esas cosas? Bueno, al grano. También había un papelito de un restaurante chino y, debajo, un folio doblado por la mitad. Lo reconocí enseguida, porque de esa forma es como la gestoría que lleva los asuntillos de la comunidad suele enviar las facturas de la calefacción o las convocatorias para las asambleas. Así que me deshice de todo lo demás allí mismo, me quedé con el folio doblado y me metí en el ascensor.
Entre la planta baja y mi piso no hay demasiado recorrido en ascensor, así que llegué enseguida. Menos mal que era tarde, porque en ese corto trayecto primero aumentó mi mala leche de forma considerable y después me entró un inevitable ataque de risa tonta. Después del día que llevaba, aquello primero me indignó y después, viéndome allí en el espejo, incrédulo, hizo que me descojonase de mí mismo, de mi horrible día y de la situación. La carta era en efecto de la gestoría, y alertaba de ciertos "comportamientos incívicos" que habían tenido lugar en el garaje en las últimas semanas. Lo típico, que si algunas pintadas por aquí, unas puertas mal cerradas y, de postre, pastel de chocolate. Como lo oyen, "han aparecido excrementos humanos en el garaje", decía la elegante misiva comunitaria, escrita con un estilo casi diplomático que todavía hacía más delirante el asunto. Por cierto, ¿quién y cómo habría comrpobado que aquello era humano y no perruno? No es que uno esté a favor de que a un anselmo le de por plantar un pino en tu plaza de garaje, pero aquello ya era el colmo de los colmos. Se pueden imaginar el descojono general que tuve que aguantar en el trabajo al día siguiente. Debo decir que mi comunidad está llena de vecinos encantadores y gente de lo más higiénica y que nunca en mi trozo de garaje he visto nada parecido. Pero por si acaso ahora procuro mirar antes de poner el pie. Y ahora, si me diculpan, me voy a realizar un "comportamiento incívico", pero en mi baño, que para eso fue uno a colegio privado.