martes, 9 de marzo de 2010
Pastel de chocolate
Hola de nuevo. Hace meses que di por muerto este blog, pero ha pasado algo que bien merece una reapertura temporal. Hace unos días tuve una jornada bastante complicada. De esos días en los que no te sale casi nada, y lo poco que te sale, te sale mal. Cosas que pasan, nada importante. Peor lo pasan los compañeros de curro, que tienen que aguantar las neuras y el mal humor de uno. Eso sí, lo que casi nunca cambia es lo de llegar tarde a casa. El caso es que aparqué el Clío tan ricamente en mi plaza de garaje y pensé en detener el ascensor en la planta baja para ver si tenía algo en buzón. Lo abrí y allí había varios folletos de un supermercado cercano con un pollo crudo a cinco columnas que le hubiese revuelto el estómago a cualquiera, un par de filetes sangrantes de lo más apetecibles y un solomillo de cerdo dispuesto a pegar un salto y salir corriendo por el rellano. ¿A quién se le ocurrirán esas cosas? Bueno, al grano. También había un papelito de un restaurante chino y, debajo, un folio doblado por la mitad. Lo reconocí enseguida, porque de esa forma es como la gestoría que lleva los asuntillos de la comunidad suele enviar las facturas de la calefacción o las convocatorias para las asambleas. Así que me deshice de todo lo demás allí mismo, me quedé con el folio doblado y me metí en el ascensor.
Entre la planta baja y mi piso no hay demasiado recorrido en ascensor, así que llegué enseguida. Menos mal que era tarde, porque en ese corto trayecto primero aumentó mi mala leche de forma considerable y después me entró un inevitable ataque de risa tonta. Después del día que llevaba, aquello primero me indignó y después, viéndome allí en el espejo, incrédulo, hizo que me descojonase de mí mismo, de mi horrible día y de la situación. La carta era en efecto de la gestoría, y alertaba de ciertos "comportamientos incívicos" que habían tenido lugar en el garaje en las últimas semanas. Lo típico, que si algunas pintadas por aquí, unas puertas mal cerradas y, de postre, pastel de chocolate. Como lo oyen, "han aparecido excrementos humanos en el garaje", decía la elegante misiva comunitaria, escrita con un estilo casi diplomático que todavía hacía más delirante el asunto. Por cierto, ¿quién y cómo habría comrpobado que aquello era humano y no perruno? No es que uno esté a favor de que a un anselmo le de por plantar un pino en tu plaza de garaje, pero aquello ya era el colmo de los colmos. Se pueden imaginar el descojono general que tuve que aguantar en el trabajo al día siguiente. Debo decir que mi comunidad está llena de vecinos encantadores y gente de lo más higiénica y que nunca en mi trozo de garaje he visto nada parecido. Pero por si acaso ahora procuro mirar antes de poner el pie. Y ahora, si me diculpan, me voy a realizar un "comportamiento incívico", pero en mi baño, que para eso fue uno a colegio privado.
viernes, 10 de julio de 2009
El silencio
Hoy me he emocionado varias veces. Para los que somos de Pamplona los Sanfermines son más que una fiesta, son casi una religión que tiene sus liturgias, sus símbolos, sus oraciones. Soy pamplonés y sin embargo no puedo decir que haya corrido un encierro ni probablemente lo haré nunca. No tengo valor. Ponerme delante de un toro es algo que me merece muchísimo respeto, casi devoción. Por eso, admiro a los que corren y además lo hacen bien. Daniel era uno de ellos. Sabía lo que significaba el encierro, el riesgo que entrañaba lo que hacía y corrió siempre con el respeto que muchos le han perdido ya a nuestra fiesta. Por eso, me he emocionado cuando he sabido que había fallecido, cuando he conocido su historia, cuando he visto llorar a sus amigos en Alcalá, cuando he pensado en sus padres, y me he vuelto a emocionar por la tarde.
Poco antes de empezar la corrida se notaba en el ambiente que no era un día más. Ni bullicio en la salida de las cuadrillas, ni alboroto ni pitidos. Sólo un extraño murmullo, como de un animal herido que se duele. Y herida como estaba, Pamplona se puso en pie para rendir tributo a Daniel. De nada servirá porque sus amigos no le podrán seguir viendo en Alcalá, ni sus abuelos le recibirán en Pamplona cada 6 de julio, ni su novia volverá a estar con él. Maldita impotencia. Pero era la única forma de obtener consuelo, de que la ciudad en la que murió Daniel le despidiese llorosa como a uno de los suyos. Porque así corrió y así murió. Imposible describir la sensación de la plaza puesta en pie mientras un par de trompetas desgarraban quejosas el aire de esta ciudad, menos de fiesta que nunca. Los acordes de El Silencio de Roy Etzel sonaron, como hace 14 años con Mattew Peter Tassio, como tributo de un pueblo noble y acogedor capaz de reír y divertirse, sí, pero también de llorar y emocionarse. Fueron tres minutos tremendos que probablemente no olvidaré nunca.
No faltarán ahora los que quieran enturbiarlo todo y convertir esto en un debate entre taurinos y antitaurinos. No merece la pena ahora detenerse en eso. Los Sanfermines nacieron y seguirán vivos gracias a gente como Daniel, que respetaba y amaba esta fiesta como lo hacemos todos y cada uno de los que hemos mamado esta tierra desde la cuna. Corneados en el corazón como estamos, sólo nos queda mandar un abrazo a su familia y amigos. Junto al capote de San Fermín siempre habrá un hueco para ti, Daniel.
viernes, 15 de mayo de 2009
Periodismo en tres minutos
Afortunadamente uno todavía es joven, pero aun así cada año que pasa la Universidad va quedando más y más lejana. Quizá sea porque uno en la vida laboral real vive las cosas con mucho más apasionamiento, por lo menos al principio. Así que en los primeros años se amontonan tantos sentimientos vividos con tal intensidad que parecen décadas. Pero no, hace sólo cinco años que dejé la Universidad. No es tanto. Y desde entonces parece que las cosas han cambiado bastante. No soy nostálgico, así que supongo que lo habrán hecho pera mejor en la mayoría de las cosas, pero no en todas.
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Si me dijesen que eligiese 8 o 10 momentos que se me han quedado grabados en la memoria de todo lo visto en aquellas aulas de la Universidad de Navarra hay un puñado que los tengo muy claros. Uno de ellos no recuerdo siquiera en qué asignatura fue ni en qué curso. Sólo recuerdo que se apagaron las luces de aquel frío cajón de hormigón que teníamos por clase (eso sí que no ha cambiado) y en la pantalla apareció Iñaki Gabilondo. Todos le reconocimos inmediatamente. Su voz, tantas veces escuchada por la radio, se nos hizo familiar al instante. Lo que nos sorprendió fue el aspecto que tenía, mucho más joven que la imagen actual que conservábamos de él, al igual que Felipe González. Risas, algún comentario jocoso sobre el estilismo de aquellos años y de pronto la cosa se puso seria. "¿Organizó usted el GAL, señor González?" y la cara del entonces presidente del Gobierno cambió por completo. El vídeo debió durar no más de tres o cuatro minutos que se hicieron muy cortos para los que lo veíamos, pero interminables para un González pálido, incómodo y acribillado por un Gabilondo tenso pero impasible. Aquello, aunque parezca mentira, ocurrió en la televisión pública ante millones de espectadores y en horario de máxima audiencia. Después de varios años intentando aprender algo del oficio, del sentido del periodismo y de las obligaciones del periodista, aquellos tres minutos me bastaron para entenderlo de golpe. Aquello, pensé, sí que era periodismo.
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Digo esto porque ayer estuvo en la Universidad de Navarra Pedro J. Ramírez, persona que no es de mi especial devoción pero a la que sin duda hay que reconocer como una de las grandes figuras periodísticas del último cuarto de siglo en España. Dio una conferencia multitudinaria, acompañado en la distancia por su vistosa señora, y tras ella hubo tiempo para el coloquio. No estuve presente porque tenía que hacer alguna crónica de baloncesto local y una entrevistilla menor de golf (sí, esas cosas que ocupan el 99% del tiempo del 99% de los periodistas y que jamás serán objeto de una charla en ninguna universidad), así que me tengo que guiar por lo que han escrito mis colegas sobre lo que allí pasó. Al parecer un alumno le preguntó al director de El Mundo su opinión sobre Iñaki Gabilondo y sobre si el presentador de informativos de Cuatro buscaba la verdad. Reconozco que la pregunta me provocó un cierto estupor, pero al ver que el anselmo que la hacía estudiaba medicina me tranquilicé pensando que seguramente aquel chaval lo mejor que sabe hacer es recomponer cuerpos a golpe de bisturí. Lo que me sorprendió es que la pregunta fuese acompañada de aplausos. Deduje entonces que aquel vídeo que alguna vez vi en aquella misma facultad ha desaparecido y probablemente ya no es materia de estudio. Una pena, porque quizá viéndolo aquellos aplausos no se hubiesen producido.
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Quizá también ha desaparecido de los manuales el papel que jugó TVE tras el golpe de Estado del 23-f y cómo un casi niño Gabilondo, jefe de informativos por aquel entonces, tuvo que dar la cara durante un mes en los telediarios nocturnos en un momento especialmente comprometido. Quizá tampoco figure en los manuales cómo Gabilondo se ganó el respeto del público empezando en la Cope y acabando en la dirección de Hoy por hoy, programa que convirtió en el más escuchado de la radio española. Quizá el modelo de periodista que muchos tienen hoy en la cabeza es el de aquellos que salen a vociferar en las tertulias políticas del mediodía, previsibles desde antes de abrir la boca e incapaces de llevar la contraria ni una sola vez al partido de turno con el que simpatizan. Quizá creen que lo saben todo y no se han enterado de nada. Quizá, sólo quizá.